Escrito por Javier Justo
A veces, pareciera que el mundo se ha revertido o quizás solo sea que ambos hemisferios de nuestro planeta se están acercando. Al llamado primer mundo ―supuestamente desarrollado― ya no se le ve tan omnipotente y poderoso; y el tercer mundo, ahora constituido por “mercados emergentes”, ha dejado atrás la percepción de ser un grupo de países pobres y sin futuro, para convertirse en ejemplos de progreso, empuje y desarrollo. ¿Se ha podido cambiar tanto en solo una década?
Estados Unidos, Europa y Japón, debido a la gran recesión, han dejado de ser tierras de oportunidades para convertirse en zonas con problemas económicos agudos y con altas tasas desempleo que en algunos casos llegan al 20% (España). Hoy en día es común ver huelgas y disturbios en las calles del viejo continente que nos rememoran los “paquetazos” en nuestra región de hace algunos años. Sin ir muy lejos, la reciente crisis del euro, y la caída de las economías de España, Portugal y la alicaída Grecia ―cuna de la civilización― han puesto a la Unión Europea en la cuerda floja, y los más pesimistas empiezan a hablar ya de una disolución del otrora cotizado euro.
A su vez, desde enero del 2008 hasta junio del 2010, en los EE. UU., máximo exponente de ese primer mundo, más de 7 millones de personas han perdido su empleo. Y, como es obvio, un desempleado (cuando se le acaba su seguro por desempleo) no la pasa bien en ninguna parte, sea que viva en el primero, tercero o último mundo. ¿Cómo pagar el alquiler de la casa?, ¿cómo cubrir el transporte?, o por lo menos, ¿cómo pagar el servicio de electricidad?
Mientras, en otros lados del globo, países como Brasil, India, China, e incluso Perú, crecen a pasos agigantados convirtiéndose en el motor del desarrollo mundial; y desde luego, su importancia también crece. Por ejemplo, el mes pasado, el Presidente Alan García fue invitado a la Casa Blanca y se reunió con Barack Obama. Menos de una semana después, llegó a Lima Hillary Clinton en su primer viaje al Perú. Al día siguiente arribó a nuestra capital Bill Clinton y se reunió con García en Palacio de Gobierno. En igual sentido, en el entorno latinoamericano también somos “populares”. Hace tres meses, nos visito Lula, el Presidente de Brasil, el gigante Sudamericano y regresó por nuestras tierras a fines de junio. Estos hechos no son aislados, demuestran que el Perú comienza a tener “peso”. Por si poco fuera, nuestro país está a punto de cerrar las negociaciones para la firma de Tratados de Libre Comercio con dos potencias asiáticas: Japón y Corea; que se sumaran a los ya firmados con China, la Comunidad Europea y los EE. UU.
También es importante destacar que la pobreza se ha reducido en nuestro país considerablemente. A comienzos de este milenio, más de la mitad de los peruanos éramos considerados pobres; en cambio ahora, el porcentaje se ha reducido al 34.8% (si bien aún es aún alto, la mejora es indiscutible). Es más, en Lima la pobreza es de solo 15%; es decir, que de cada siete limeños, uno es pobre. Por ejemplo, ¿se acuerdan los mendigos que pedían limosnas en los semáforos de Lima hace unos años? Pues bien, estos ya son casi parte del pasado, y ahora han dado paso a malabaristas y talentosos jóvenes acróbatas que hacen de la espera en las luces rojas un espectáculo digno de cobrar entrada.
El PBI (Producto Bruto Interno), que te da una idea del tamaño de una economía, se ha incrementado en nuestro país de 53 mil millones de dólares en el 2000 a cerca de 150 mil millones de dólares en el 2010. Es decir, en términos económicos somos ¡tres veces más grandes de lo que fuimos hace una década! Actualmente, el tamaño de nuestra economía es similar a la del estado norteamericano de Carolina del Sur (aunque su población es de solo 5 millones de habitantes y la nuestra de unos 28 millones), a la de Chile en el 2006, o a la de Colombia del 2005.
Todo este progreso se evidencia en la sensación de bienestar de la gente. Por primera vez, en más de 25 años, son más los peruanos que desean quedarse en el país que los que se quieren ir. E, incluso, entre los que desean migrar, muchos tienen la meta de regresar luego de un tiempo.
Hace unos días, conversando con un amigo que vive en California me decía: “el sueño americano se ha convertido en el sueño de volver al terruño”. Probablemente tenga razón, y si algunos regresan sin la mejora económica que soñaron, al menos tienen la experiencia de haber vivido y aprendido de una cultura diferente a la nuestra para poder apreciar mejor lo que tenemos en casa. Y esto, lo vivido, también es un capital que les servirá para trabajar en nuestro propio país y seguir progresando para que cuando nuestros hijos viajen, solo sea por la innata curiosidad de conocer otros mundos y no en busca del bienestar que en su propia tierra les era esquivo.